LUZ DEL MUNDO
“Entonces romperá tu luz como la aurora…, brillará tu luz en las tinieblas, tu oscuridad se volverá mediodía”. Esas promesas, que encontramos en el texto del libro de Isaías que hoy se proclama (Is 58,7-10). Son la respuesta de Dios a todos los que se lamentan de haber ayunado sin ser escuchados por el Señor.
El oráculo dice que el ayuno verdadero consiste en partir el pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al desnudo y no cerrar el corazón a los que son nuestros hermanos. Es decir, el auténtico ayuno no consiste tanto en no comer como en practicar las obras de misericordia.
Por eso el salmo responsorial se hace eco de aquella profecía, proclamando: “Quien es justo, clemente y compasivo, brilla como una luz en las tinieblas”.
Para nada vale nuestra autosuficiencia. Con razón escribe san Pablo que “nuestra fe no se apoya en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios” (1Cor 2,5).
LA CIUDAD Y LA LÁMPARA
En el evangelio según san Mateo, el capítulo 5 comenzaba proclamando las bienaventuranzas de Jesús. En ellas se dice cómo es Dios y cuál es la identidad del Cristo. Pero también se expone la misión de la Iglesia y se revela la honda verdad del ser humano. A continuación, Jesús se refiere a sus discípulos con una proclamación y dos imágenes complementarias:
- “Vosotros sois la luz del mundo”. No es un mandato. Antes de ser una obligación moral, es una revelación. Aquel que es la Luz hace que sus seguidores sean luminosos para un mundo que con frecuencia parece caminar en las tinieblas.
- “No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte”. Para favorecer la defensa, muchas ciudades antiguas se elevaban sobre una colina. Eso facilitaba también a los peregrinos encontrar el camino para guarecerse en ellas.
- “Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa”. Esta otra imagen, tan casera y familiar, invita a los discípulos a ser testigos de la luz recibida del Señor.
DON Y TAREA
De todas formas, el texto evangélico continúa con una exhortación, tan apremiante como sugerente, tan tradicional como actual:
- “Alumbre así vuestra luz a los hombres”. Nadie recibe el don de la gracia sólo para su propio beneficio. La luz que hemos recibido es un don gratuito, pero es también una tarea y una responsabilidad. Ha de llegar a todos los hombres.
- “Para que vean vuestras buenas obras”. El bien ha de ser bien hecho. Y las buenas obras no pueden quedar ocultas. No se puede hacer el bien para ser alabados, pero no es razonable ocultarlo siempre a los ojos de los demás.
- “Para que den gloria a vuestro Padre que está en el cielo”. Esa es la clave. Esa es la motivación de toda la exhortación. La difusión del bien no puede convertirse en un motivo para la gloria personal. Promover la gloria del Padre es el camino de la felicidad.
– Señor Jesús, te reconocemos y te proclamamos como la luz verdadera que ha venido a este mundo. Que nuestras palabras y obras difundan tu resplandor, nos ayuden a encontrar la verdad y a orientar a otros por el camino del bien. Amén.
Fuente: Padre José-Román Flecha Andrés